Un día, el padre de John Woo tuvo una epifanía: no iba a dedicar su vida a cuidar las propiedades de su padre al norte de China, un trabajo que le suponía una salvación financiera para él y su familia, sino que viajaría hasta Hong Kong para convertirse en maestro de escuela. Al poco tiempo de llegar fue diagnosticado con tuberculosis y apenas pudo conseguir trabajo para sostener a su familia. Los Woo vivían en uno de los barrios más pobres y peligrosos de la ciudad. John Woo empezó a estudiar en un colegio católico con la intención de convertirse en cura y no rendirse a la tentación de convertirse en un pandillero. Varias veces fue persuadido, incluso a la fuerza, para sumarse a una banda. Pero al negarse, un hombre le tiró ácido en la cara para deformarlo. Tuvo suerte: el ácido se derramó por el brazo.
La quemadura no le impidió hacer una de las cosas que más amaba: bailar. Aprendió a mover el cuerpo gracias a un maestro del seminario que había viajado por Estados Unidos y sabía tap. También aprendió folklore norteamericano y así le enseñó a los chicos seminaristas que ingresaban cada año; cómo llevar el ritmo, donde poner las manos, cuándo girar la cadera. Hasta que un día fue al cine y algo lo deslumbró: no era la magia de las imágenes y los sonidos, no eran los encuadres o el dramatismo que inspira la identificación con el pathos de un personaje. No: lo que más lo cautivó fue que en una pantalla se pudiera bailar. La película se llamaba West Side Story, y a Woo poco le importaba que un musical dirigido por uno de los grandes directores de la historia del cine (Robert Wise era su nombre) obtuviera en 1961 un Oscar a mejor película. ¿Cómo se podía hacer una cosa así? Se volvió tan fanático de esa película que viajó por el interior de China (como un personaje de Tsai Min Liang) buscando las salas en donde se proyectaba para verla una vez más.
“Encuentro una extraña belleza en los musicales”, dijo John Woo recientemente en una extensa entrevista publicada por The New Yorker. “La gente luce hermosa, las canciones son hermosas, y en las películas siempre hay cierta esperanza para tener una vida igual de hermosa. Me crié en barrios bajos y los musicales me hicieron soñar”. Woo cambió su nombre por John (tomó el nombre de Juan, el apóstol, el best friend forever de Jesús) y luego de filmar cortos en 16 mm junto a un grupo de amigos, trabajó para el director Chang Cheh, uno de los máximos referentes del cine hongkonés de artes marciales y de acción, con más de cien películas estrenadas. Woo aprendió de Cheh que prácticamente no había diferencia entre una escena de pelea y una de baile; las dos se coreografiaban de la misma manera, las dos ofrecían infinitas posibilidades cinematográficas.
Woo desembarcó en Estados Unidos en 1992 y se convirtió en el primer director chino en filmar en Hollywood. Su nombre estaba en boca de los grandes directores, como Tarantino, Scorsese o Katheryn Bigelow. Había hecho una carrera promisoria llena de éxitos en Hong Kong como director de comedias (que odiaba hacer) y luego con películas de acción y de artes marciales, como The Killer (1989) en donde el protagonista, un asesino a sueldo, acepta un encargo para pagarle el trasplante de córnea a la bailarina de un club nocturno, y A Better Tomorrow (1986), una de las películas más caras y más taquilleras del cine de Hong Kong, superado por él mismo, años después, con su épica película de seis horas, El acantilado rojo (2008). Woo se dio cuenta que el cine de acción en Estados Unidos no mezclaba los géneros; no había lugar para la comedia o para el drama en una misma película, y pudo barajar esos elementos en su primera película, Hard Target (1993), con Jean-Claude Van Damme. Le siguieron Código Flecha Rota (1996), con el eterno regreso de John Travolta y el eterno egreso de Christian Slater; Contracara (1997), con Nicolas Cage y Travolta, nuevamente, y el batacazo con la franquicia de Misión Imposible: 2 (2000). Como su adorado Jean-Pierre Melville, Woo logró su éxito como autor dentro del poco sofisticado mundo del cine de acción, y nunca más consiguió filmar luego del estrepitoso fracaso de Paycheck.
Veinte años después, regresa de manera discreta con Venganza silenciosa, una película de acción estilizada, en donde no hay un solo diálogo. Eso fue lo que lo cautivó del guión: la falta absoluta de palabras. “Pensé: es la historia ideal para mi porque así puedo llevar al máximo mis habilidades para contar una historia con imágenes y sonido”. La película es más que una muestra de recursos ingeniosos o uno de esos desafíos que los directores se imponen cada tanto: es una gran partitura musical cuyo efecto sonoro y visual conduce al espectador por una experiencia cinematográfica que parece de otra época, un tipo de cine que parece de antaño aunque no han pasado apenas menos de treinta años. El manejo soberbio de la puesta en escena se monta sobre una premisa muy sencilla; la venganza de un padre por la muerte de su hijo durante la Nochebuena en el espacio de una sola noche. No hay más que eso. Woo vuelve al cine de acción después de que las puertas se le cerrasen con Paycheck (2003), su desafortunada adaptación de un cuento de Phillip Dick, con un pésimo Ben Affleck cuando aún esperaba tener algún futuro como actor versátil.
A los ochenta años, el regreso a Hollywood encuentra a Woo con un cine que ha cambiado. “Es dificil encontrar financiación para el tipo de películas que me interesa hacer, mucho menos para lo que me gustaría hacer, como un musical o un western”. También tiene su opinión sobre lo que Martin Scorsese llamó “películas de parques de diversiones”, es decir, las grandes franquicias de Marvel o DC que ocupan gran parte de las salas de Estados Unidos y del mundo. “Me gustan las películas con un estilo más anticuado. Cine que parezca de verdad. No hay tantas películas de ese estilo hoy en día". Lo más extraño es que muchas películas que se estrenan han copiado su estilo como por ejemplo la saga de John Wick, por ejemplo, es deudora no solo de sus formas coreográficas sino del absurdo de sus premisas. Y cuando se le pregunta por eso, se siente halagado y no cree estar de regreso, o al menos no lo siente así: “La primera vez que vine a Estados Unidos estaba sorprendido con que mis películas llamaran la atención por su variedad de elementos y registros. Ahora, el cine que hago se ha convertido en un género en sí mismo, como el cine de Clint Eastwood, a quien adoro. Me alegra eso. Me alegra que volver a Hollywood sea un poco como estar en casa”.
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